LA MISMA CAMARITA WEBCAM PERO AHORA CON FORMA DE OSITO MÓVIL
-Espero que Samanta ya patentara la idea-
Hola. ¿Cómo viene diciembre? Por mi lado, a pura lectura y con trabajo
todavía. Tenía muchas de leer esta novela, KENTUKIS de Samanta Schweblin porque una amiga, que me la pasó, me dijo
que a ella no le había gustado y la dejó por la mitad. Miré las reseñas en Goodreads: o la amaron o la dejaron por
aburrida. Entonces, como el arte es así, uno tiene que leerlo por su
cuenta.
Lo que me daba un poco para atrás es todo el bombo editorial. Me ha pasado de leer obras invisibles que
resultaron una maravilla y leer bestseller plagados de lugares comunes
como 50
sombras de Grey. Y el marketing es así. ¿Cuántas veces no hemos salido de
compras y nos volvimos con algo que no queríamos porque lo vendieron tan bien?
Y uno se da cuenta del bombo editorial cuando encuentra Kentukis hasta en la sopa.
Kentukis trata sobre un nuevo juguete
tecnológico: un peluche con rueditas
que lleva una cámara en los ojos. Uno elige el que quiere: oso panda,
cuervo, topo, conejita, dragón; al encenderlo se establece contacto con otro
usuario, el que manejará el kentuki. Si el kentuki se moja, se rompe, no se carga, el kentuki muere, es decir, solo queda
como peluche. Al que maneja el peluche le aparece en su tablet como señal
perdida y una vez que se apagó, es irrecuperable. Como estrategia de venta es
un éxito, ya que la gente se compra otro y otro y otro.
No puedo decir luego nada sobre la trama porque, lo digo según mi
punto de vista, no es una novela. Es un híbrido entre novela y cuento. No tiene
trama como una novela, sino que, me parece, que la autora hizo lo que el autor
de Pedro Páramo, cortó y mezcló los fragmentos. Los cuentos de Kentukis están
cortados de manera que uno lee un pedazo de uno, luego un pedazo de otro y así,
volvés a retomar un pedazo y vas uniendo los cuentos. Se me hizo entretenido y
no me aburrió, como muchos escribieron en sus reseñas. Pero los leí como
cuentos. Creí que se tornaría novela, que habría un suceso que uniría los
fragmentos, pero no. Son cuentos unidos por la temática.
Cada cuento se centra en una serie de personajes ubicados en distintas
partes del mundo. En realidad, lo único que nos
señala la pertenencia a otra cultura es el idioma, la necesidad de traducir y
el nombre de las ciudades o países. Después, todos me parecieron demasiado
iguales en las costumbres. No hay desarrollo de ritos propios, de algo que
sorprenda.
Si ser anónimo en las redes era la máxima libertad de cualquier usuario –y además, una condición a la que ya era casi imposible aspirar–, ¿cómo se sentiría entonces ser anónimo en la vida de otro?
La autora, Samanta Sweblin,
explora las posibilidades negativas que producen la tecnologías, en la vida
de las personas. Desde un niño que desea tocar la nieve y desea convertirse
en kentuki por completo, hasta una mujer que siente que el kentuki es como su
hija. Las barreras entre lo real y lo virtual se desarman y el muñeco es la
persona, y la persona es el muñeco.
Incluso, puede compararse con el programa de Gran Hermano. Recuerdo
que cuando teníamos DirectTv había unos canales, creo que eran tres, que
transmitían solo lo que “veían”, y de manera continua, unas cámaras fijas
instaladas en la casa del Gran Hermano. De esto hace unos quince (¿o más?) años
atrás. Como mi abuela hacía zapping, pasábamos de largo. Un día mi abuela quedó
inmóvil, con la boca abierta, sin poder entender qué pasaba. Una cámara había
sido puesta en el baño y ahora veíamos a un muchacho sentado en el inodoro.
Horas después, de nuevo pasando de largo, una mujer se bañaba. Cuando leía Kentukis se me venían las imágenes de
esas cámaras observando siempre. Recomiendo la película Truman Show para meterse en el mundo de los realities y lo que es
capaz de hacer un empresa de televisión para tener más rating.
Esta crítica tan negativa sobre las tecnologías no permite visualizar
que no todo es nefasto. Un celular puede ser usado para sacar una foto sin
permiso, pero también para llamar a una ambulancia y salvar la vida de un
transeúnte. Por lo tanto, LAS TECNOLOGÍAS NO SON BUENAS NI MALAS, ES EL USO
DE LAS PERSONAS EL QUE TRANSFORMAN LAS
TECNOLOGÍAS EN DE BUEN USO O DE UN MAL USO. Porque las tecnologías no saben
de moral. No son buenas ni malas. ¿Un mal uso de la tecnología nos transforma
en una mala persona? Pero ¿qué sucede si ese kentuki permite a un hombre
paralizado “caminar” por el mundo al mover al peluche con la voz? ¿Y si se
usa para aprender un idioma? ¿Y si se usa para acompañar a un anciano moribundo
que está solo en su casa? Los kentukis no son buenos ni malos, es la gente que
los usa según su moralidad, le presta su moralidad al kentuki.
Diferente es la película “She”, que recomiendo tanto, que explora la
relación de las personas con un sistema operativo. Aquí se puede ahondar en la
relación que construye el personaje principal y las etapas del encuentro, de la
soledad que nace en el abismo entre un ser artificial y uno real. Porque por
más que sabemos que lo real y lo virtual son ambos reales, llega un punto en
que lo tecnológico se revela como es, una invención humana.
La novela permite a la autora explorar, además, la relación del amo y la mascota virtual.
Hace muchos años yo tuve un pescadito que se movía por mi pantalla. Le tenía
que dar de comer, que hacerlo jugar. Era terrible porque tenía que programar mi
vida para acercarme a la computadora cada tantas horas para darle de comer. Me
había atado de tal manera que mi vida giraba en torno de las necesidades de un
programa. Decidí desinstalarlo, no sin sentir algo de culpa. Varios años
después fue con un gato virtual. Lo mismo era prender la PC para ver al animal
casi muerto de hambre. Este tipo de apuestas crea una dependencia tan grande
que jala a la persona hasta la pantalla. Una verdadera estrategia de venta.
Entonces uno puede pensar: ¿quién
es el amo y quién el esclavo/mascota? Porque la cadena tiene dos puntas y
las dos están atadas. Y en la obra de la que estamos hablando, Kentukis, algunos prefieren ser esclavos
(kentukis) y otros ser amos. Pero, en ciertas circunstancias, cuando el kentuki
necesita ser cargado, el amo se transforma en el esclavo del kentuki.
Me pareció interesante la lectura de Fromm que se lee en ciertas
partes cuando la autora dice “ser o tener”. “Ser un kentuki” o “tener un
kentuki”.
Entre las posibilidades que explora sobre la tecnología, aparecen
aquellos que luchan por los derechos de los kentukis, que quieren que sean
nombrados ciudadanos. Se mencionan los vacíos legales. Si una persona vive en
Lima, Perú, y maneja un kentuki en Alemania, ¿rigen para esa persona las
normativas y leyes de Perú o de Alemania?
Marvin ya no era un chico que tenía un dragón,
sino que era un dragón que llevaba dentro a un chico.
Sobre la época de los eventos en la obra, es una época actual. Yo creí que sucedería en el futuro, pero no,
porque se mencionan tecnologías actuales como hablar por Skype. Tampoco es una
distopía. La tecnología de los kentukis no es nueva, es una cámara web inserta,
en lugar de un trípode, en un peluche para que sea una cámara móvil, nada más.
Es como el uso masivo de celulares. Basta subir a un colectivo argentino y darse
cuenta que cada uno tiene una pantalla pegada en los ojos. Viéndolo así da un
poco de miedo.
TRAS LOS PASOS DE (RETO)
No pude evitar registrar, hasta en un mapita, el lugar de cada
personaje. Aparecen nombrados muchos sitios como Taipei, Villa Hermosa (Oaxaca,
México), Mendoza, Erfurt (Alemania), Antigua, Umbertide (Italia), Honningsvag
(Noruega). No describe mucho los lugares sino que los engancha con las acciones
de los personajes.
Las imágenes siguientes fueron editadas de StreetView.
Taipéi (Taiwán) |
Taipéi (Taiwán) |
Umbertide (Italia) |
Umbertide (Italia) |
Honningsvag (Noruega) |
Es el primer libro que leo de la autora, porque seré sincera, no me
gustan los libros de cuentos y ella escribe cuentos. Tiene solo una novela más
que quiero leer.
A pesar de no considerar a esta obra, Kentukis, una novela, igual me gustó mucho su escritura pulida,
precisa y sin lirismo. No me parece un libro de ciencia ficción, ni una
distopía, sino un libro sobre una temática
actual, el uso de cámaras en
los hogares y el hecho de que las cámaras se
transforman de tecnologías de control a tecnologías de entretenimiento.
Y vos, ¿qué kentuki querés?
Besos y buenas lecturas!
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar¡Dios! Me recordó a cuando, pasados tres días, volvía a la Nintendo DS y mis dálmatas se habían fugado al parque para cazar su propio alimento. La culpabilidad que sentía de pequeño era enorme. ¡Me daban hasta ganas de llorar!
ResponderEliminarPor otro lado, no sabía de qué trataba la novela, pero me parece superoriginal lo de las mascotas virtuales. Si se ha hecho ficción antes sobre el tema, no ha trascendido. De Schweblin llevo leídos tres libros de cuentos. Por lo general soy muy fan de la prosa de la autora y creo que es una de las mejores cuentistas actuales en español. Tengo "Distancia de rescate" en casa, creo que es la novela que dices, porque "Siete casas vacías" también te la venden como novela y al final es el híbrido este schwebliano raro que no sabes bien cómo se lee.
¡Un abrazo y enhorabuena por la reseña!¡Llevas un ritmo de lecturas demoledor!