Había
leído de Rainer Rilke solo poemas sueltos y Cartas
a un joven poeta. A partir de la lectura de un ensayo de Horacio Castillo,
llegué a las Elegías de Duino. Me
llamó la atención la forma de escritura de la obra en varios períodos. En tanto
el poeta visitaba a una amiga en el castillo de Duino, Italia, en 1911, escuchó
una “voz” que le susurró los primeros versos de las elegías: "¿Quién, si
yo gritase, me oiría desde los coros celestiales?". La obra permaneció
inconclusa hasta que la “voz” volvió a presentarse en 1922. Es una forma
alternativa, y hasta creo que opuesta al mandato actual de escribir sin parar,
escribir aún sin ganas o inspiración.
Realmente
es extraño no habitar la tierra, / no ejercer empleos recién aprehendidos, / no
dar a las rosas / ni a las otras cosas en sí promisorias / el significado el
destino humano; / no ser más lo que uno antes era en las manos / infinitamente
medrosas y hasta el propio nombre / dejar, como un roto juguete, de lado.
En este poemario, el yo poético reclama la atención de un ángel con el
que dialoga sobre la condición del ser
humano y le muestra lo terrible de nuestra
existencia efímera, siempre caduca, nuestra
soledad de seres únicos ante el mundo y ante el mundo celestial.
Comparto algunos de los versos que
marqué.
-Terrible
es todo ángel. / No obstante, a sabiendas yo os invoco y nombro, / pájaros
mortales casi para el alma.
-Es el
estar muerto tarea difícil, / un recuperarse de lleno, para, paso a paso, /
sentir un asomo de la eternidad.
-En la
conciencia nuestra al mismo tiempo / sucede el florecer y el marchitarnos.
-Pero
no conocemos el contorno / de nuestra sensación; únicamente / sabemos qué lo
forma desde fuera. / ¿Quién no estuvo sentado con angustia / ante el telón del
propio corazón?
-…otra
vez se reconcilia / lo que estando en el mundo no cesábamos / de desunir.
-Pero
a los humanos (…) / sólo nos place
florecer; tardamos y nos rezagamos / y a destiempo entramos en el rezagado /
corazón de nuestro fruto terminal.
-…las
estrellas de la tierra! / (…) estar
muerto alguna vez y conocerlas a todas, / infinitamente a todas.
-No
creáis, no, que el destino sea algo más que lo denso / de la infancia.
-En
ninguna parte, amada, habrá mundo sino adentro. / Nuestra vida no es más que
una transformación incesante. / Y, cada vez más exiguo, desaparece lo externo.
/ Donde antes hubo una casa durable, se nos ofrece / un producto imaginario, de
través, que enteramente / pertenece al pensamiento, como si aún estuviera /
todo dentro del cerebro.
-Hay
tales desheredados en cada insensible vuelta / del mundo, que no poseen lo
anterior ni lo más próximo. / Porque también lo más próximo está lejos para el
hombre.
-Los
hombres nunca, ni siquiera un día, / ante sí tienen el espacio puro / donde la
flor al infinito se abre. / Siempre está el mundo alrededor. Y nunca / lo que
en ninguna parte y sin estorbo; / lo puro, sin control, que se respira / Y se
sabe infinito y no se ansía.
-¿Qué
es el Destino? No más que eso: siempre / estar delante y nada más, delante.
-¿Quién
nos ha hecho girar de esta manera / que, hagamos lo que hagamos, siempre
estamos / en la actitud del que se va?
-…tal
vivimos nosotros, despidiéndonos.
-Lo
mejor sería retenerlo todo, todo y para siempre.
-¿Qué
podemos llevarnos de aquí? / No el saber mirar / que aquí poco a poco se
aprende, / ni suceso de este mundo. Nada. // Sino los dolores. Si no, antes que
nada, lo que pesa, sino / la larga experiencia del amor...Y nada más / que lo
inefable.
-Y
todas las cosas, / que viven el sino de caer, comprenden que tú las celebras. /
Tan perecederas, / creen que nosotros, más perecederos, podemos salvarlas.
-…ya
no harían falta muchas primaveras para conquistarme, / una es demasiado; / ¡ay!
Basta con una ya para mi sangre.
-Ojalá
mi rostro bañado de llanto me haga más espléndido. / Ojalá esta simple lágrima
florezca.