Ánima deWajdi Mouawad
Una sombra cubría por oleadas los valles
profundos de su rostro, haciendo aún más desgarradora la intensidad de su
afligida mirada.
Algo no va bien. Hay una pared invisible. Al
otro lado está el aire separado del agua.
Ignoro si estos seres son conscientes de mi
presencia. El mundo marino en el que vivo no parece existir para ellos y aunque
puedo observarlos permanecen impregnados de misterio y de un halo de absoluta
incomprensibilidad. Enigma de los enigmas.
Bordeo la pared. Estoy solo en el universo.
Aparte de mí no existe ninguna otra forma de vida. Avanzo hacia lo insondable.
Siempre puede haber algo más violento…
Jamás había visto tanta tristeza en un humano.
Lo seguía como se sigue a un semejante y ya no
sabía si era para hacerle daño o para protegerlo.
¿Tendría él el mismo sueño? ¿Y sería posible
que por una sola y única vez, humano e insecto compartiéramos el mismo deseo?
—Los gatos existen para que el hombre pueda
acariciar al tigre. Es verdad, ¿no te parece?
Los humanos tienen un don para la ausencia:
dicen Fulano está triste, pero Fulano no está. Dicen Un día tendré tiempo, pero
el tiempo no está. Presumen de todo. Los humanos dicen Mi casa. Dicen Tengo un
jardín. Dicen Mi familia, mis amigos. Dicen La gente, dicen El mundo. Los
humanos dicen Mío, mía, míos, mías.
¡No hay nada como los hombres para gritar a los
hombres!
La lluvia arreciaba. Parecía una tonelada de
aplausos, un triunfo infinito sobre el tejado de la casa.
El ser humano es un túnel estrecho, hay que
internarse en él si quieres conocerlo. Hay que avanzar en la oscuridad, aspirar
el olor de todos los animales muertos, escuchar los gritos, los dientes que
rechinan y los llantos. Hay que andar, hundir las patas en un charco de sangre
y trepar por un hilo de oro abandonado por el propio ser humano, cuando no era
más que infancia y ningún tejado cubría su techo. Animal entre animales, aún no
sufría. El humano es un túnel y todo humano llora su cielo desaparecido. Esto
lo sabe el perro y por ello es infinito su afecto por el humano.
No todos los humanos son trampas, no todos son
veneno, quiero decir con esto que no todos son humanos, algunos no han sido
infectados por la gangrena.
Todo duerme. La carretera está desierta. Un
árbol solitario alza el enrejado de sus ramas hacia el cristal del día que ya
declina.
Las vibraciones de la tristeza no pertenecen a
nadie y cada animal tiene su propio canto de dolor.
Nosotros, los perros, percibimos las
emanaciones cromáticas que los cuerpos de los vivos segregan cuando los embarga
una violenta emoción. A menudo, los humanos se ven aureolados por el verde del
miedo o el amarillo de la tristeza o a veces incluso por colores más raros: el
azafrán de la felicidad o el turquesa del éxtasis. Este hombre, cansado,
agotado, engullido por la opacidad opalina del camino, exhala desde el centro
de su espalda el negro del azabache, color de la deriva y los naufragios,
patrimonio de las naturalezas incapaces de librarse de su memoria y su pasado.
Él camina sin alas, yo revoloteo sin piernas.
Con penosa lentitud, contó las mismas
historias, empezando por la de nuestra ciudad, Angola, que aunque fue
construida por negros procedentes de África, hoy goza de una economía saludable
y de un nivel de vida envidiado por todas las ciudades de Estados Unidos.
Agujerea el silencio. Se duerme.
Iba bajo la lluvia mientras sus semejantes iban
bajo el paraguas.
El silencio siempre gana. Los humanos lo temen
como temen a la oscuridad.
Somos una multitud en las inmediaciones del
exuberante camino, acurrucadas en los huecos de las piedras o entre el follaje
de los matorrales, para proteger nuestra luz. Brillamos lejos de la claridad
diurna, lejos de las ciudades y lejos de los humanos. Somos el polvo antiguo de
la inocencia olvidada. Aún existimos. Eternamente habrá tinieblas donde poder
trazar nuestros evanescentes rayos y eso es algo que durará mientras duren las
noches oscuras. Su desaparición significará nuestra desaparición. Será el final
de los tiempos primitivos. Ya no habrá nadie para transportar, en la intimidad
de los lagos y de los ríos, los brillos fosforescentes que den réplica a las
estrellas. Pero hasta que la luz cegadora no diezme el mundo de las sombras,
podremos seguir desgranando nuestro fulgor. No nos rendiremos. Luciremos. La
persistencia de las luciérnagas teñirá los valles…
...así como el perro salvaje salvará al hombre
desvanecido. Él será su sombra y el otro será su luz. Él lo convertirá en su
amo y el hombre lo convertirá en su perro. Nada será capaz de separarlos. Irán
el uno al cuidado del otro, el uno tras los pasos del otro, unidos por su
destino hasta los confines del mundo y ya no tendrán miedo del miedo a morir.
Nada de amor, tan solo vida dura y alcohol y la
estúpida esclavitud de los caminos trazados antes de nacer.
La desaparición de los seres es una caracola
hueca. Te la pegas a la oreja y algo susurra en el vacío.
Grises y blancos. Ningún color. Visión tras
visión, imagen tras imagen | Árboles en llamas | Alineación de cañones caídos,
sacados de sus puntales | Humanos muertos en medio de casas derruidas | Humanos
unos al lado de otros | Humanos colgados de una cuerda | Humanos de pie unos al
lado de otros | Humanos sentados unos al lado de otros | Humanos de mirada
melancólica | Caballos vivos | Caballos muertos | Rostros humanos atenazados |
Rostro humano desfigurado | Rostro humano | Espaldas humanas | Esqueletos
humanos | Fosas 1 Fosas de bestias y de humanos | Humanos | Casas | Ruinas |
Embarcaciones destruidas en mitad de las aguas |
Me separa un abismo de la palabra. Cómo
consolar a un humano.
¿Quién sabrá acercarse al mutismo de las
bestias?
El cielo no ha visto nada más bestial que el
hombre.
¿Cómo responder cuando uno se siente como un
loco que intenta atrapar con las manos el verbo ser, conjugándolo en un presente
pulverizado?
Hay seres que nos conmueven más que otros, sin
duda porque, sin que nos demos cuenta ni nosotros mismos, poseen una parte de
lo que a nosotros nos falta.
...emergieron, como diría uno de aquellos
animales, caballo, mosca o cerdo, los gritos de todos los que han muerto en el
silencio y el olvido, niños, mujeres, hombres, bestias y dioses, que tapizan
con espesas capas los siglos y los cielos.
Notas: las imágenes son de Dustin Scarpitti y de Eric Huang