…no éramos más que dos solitarios pedazos de metal
trazando su propia órbita cada una. Desde lejos parecían bellos como estrellas
fugaces. En realidad, sólo éramos prisioneras sin destino encerradas cada una
en su propia cápsula. Cuando las órbitas de los dos satélites se cruzaban
casualmente, nos encontrábamos. Quizá simpatizábamos. Pero sólo duraba un
instante. Momentos después volvíamos a estar inmersas en la soledad más
absoluta. Y algún día arderíamos y quedaríamos reducidas a nada.
Por Keren Verna
Imagen editada por mí de Historycom
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