A mí lo que ahora me gustaría es hablar de las cosas que aún me quedan, despedirme, terminar de morirme de una vez. No me dejan.
El verdadero amor no es esto.
Es el sentido de lo antepenúltimo. Todo se difumina. Un
poco más y la ceguera.
Hago todo lo posible por no hablar de mí.
Así pasé esta noche lejana, dividido entre los murmullos
de mi ser cortésmente perplejo y los murmullos tan diferentes (¿tan
diferentes?) de todo lo que pasa y permanece entre dos soles.
Mi madre me veía con gusto, es decir, me recibía con
gusto, pues hacía mucho tiempo que no veía nada. Haré lo posible por hablar de
ella con serenidad. Éramos los dos tan viejos, yo había nacido siendo ella tan
joven, que parecíamos una pareja de viejos compinches, sin sexo, sin parentesco,
con los mismos recuerdos, los mismos rencores, las mismas esperanzas. No me
llamaba nunca hijo, cosa que por otra parte yo tampoco habría soportado, sino
Dan, no sé por qué, no me llamo Dan.
No le guardo demasiado rencor a mi madre. Sé que hizo
todo lo posible para que yo no naciera, salvo lo principal, y si no consiguió
deshacerse de mí fue porque el destino me reservaba otra letrina peor.
Entonces creí comprender que no había dos leyes, una para los sanos y otra para los inválidos, sino una sola, a la que debían someterse ricos y pobres, jóvenes y viejos, felices y desdichados.
Estoy tan acostumbrado a que no me pregunten nada, que
cuando me preguntan algo, tardo un buen rato en comprender qué me preguntan.
Soy muy miedoso, toda mi vida he tenido miedo de que me
peguen. Soporto fácilmente insultos e invectivas, pero a los golpes no he
podido acostumbrarme nunca.
Constituía indudablemente un triste espectáculo, y un
triste ejemplo para los demás ciudadanos, tan necesitados de aliento en su dura
tarea que solo deben ofrecérseles manifestaciones de fuerza, de alegría y de
celeridad, para evitar que se desplomen al terminar la jornada y rueden por
tierra.
Bastó con que me enseñaran qué comportamiento era el
bueno para que me comportara bien, en la medida en que mi físico me lo permite.
Hablo en presente por lo fácil que resulta hablar en presente cuando se trata del pasado.
Hay que rendirse a la evidencia, no soy yo el muerto,
sino todos los demás.
No querer decir, no saber lo que se quiere decir, no
poder decir lo que se cree querer decir, y decirlo siempre, o casi, esto es lo
que importa no perder de vista…
Qué país rural, Dios mío, cuadrúpedos por todas partes.
¿Qué puedo saber de aquella época ahora, cuando granizan
sobre mí palabras glaciales de sentido y el mundo muere así, indignamente,
pesadamente nombrado?
Sé lo que saben las palabras y las cosas muertas, y todo
ello forma una pequeña y bonita suma, con un comienzo, una mitad y un final,
como en las frases bien construidas y en la larga sonata de los cadáveres.
Mi vida, mi vida, tan pronto hablo de ella como de algo
ya terminado como de una tomadura de pelo que dura todavía, y hago mal, pues ha
terminado y dura todavía, pero ¿con qué tiempo gramatical del verbo podría
expresar esta situación?
¡Qué de cosas haría uno de buena gana, sin entusiasmo,
claro está, pero de buena gana, y sin ninguna razón aparente para no hacerlas,
y sin embargo no las hace! ¿Habrá que poner en duda la libertad humana?
¿Qué fin podrían tener estas soledades donde nunca hubo
verdadera claridad, ni equilibrio, ni simple tierra firme, sino perpetuamente
estos objetos pendientes deslizándose en un derrumbamiento sin fin, bajo un
cielo sin recuerdo de alborada ni esperanza de atardecer?
Sí, es un mundo acabado,
pese a las apariencias, su fin le dio origen, empezó al acabar, ¿me expreso con
bastante claridad? Y yo también estoy acabado, cuando me encuentro ahí, se me
cierran los ojos, cesan mis sufrimientos y termino, doblado como no pueden
hacerlo los vivos.
Sí, me ocurre y me volverá a ocurrir olvidarme de quién
soy y comportarme ante mi mismo al modo de un extraño.
Parece un descanso, pero no lo es en absoluto, me deslizo
contento por la luz ajena, la que en otro tiempo hubiera debido ser mía, no voy
a negarlo, y luego sobreviene la angustia del regreso, no os voy a decir
adónde, no puedo, quizá a la ausencia, siempre hay que volver, no sé nada más,
no es bueno estarse allí, tampoco está bien marcharse.
Ya no soy casi consciente de lo que hago, ni por qué,
cada vez lo voy comprendiendo menos, esta es la verdad, para qué iba a
ocultarla y, ¿a quién?, ¿a ti a quien nada oculto?
En mí siempre ha habido, entre otros, dos payasos, el que
solo aspira a quedarse donde está y el que imagina que un poco más lejos se
encontraría mejor.
Y al tener solo un ojo en buen estado, no distinguía muy bien la distancia que me separaba del otro mundo, y a menudo alargaba la mano hacia cosas que se hallaban a todas luces fuera de su alcance, y a menudo me golpeaba contra objetos sólidos apenas visibles en el horizonte.
Al no alejarme de ninguna patria, no me lleva hacia
ningún naufragio.
¿Y si después de todo no hubiera conocido nunca el amor?
Porque no saber nada no es nada, no querer saber nada
tampoco, pero lo que es no poder saber nada, saber que no se puede saber nada,
este es el estado de la perfecta paz en el alma del negligente pesquisidor.
En lo que a mí respecta, siempre he preferido la
esclavitud a la muerte, o mejor dicho, a la ejecución. Porque la muerte es una
condición de la que nunca he podido formarme una representación satisfactoria y
que, por tanto, no puede figurar legítimamente en el balance de los males y los
bienes.
Porque en realidad tenía otros puntos débiles aquí y allá
que también se iban volviendo cada vez más débiles, como era de prever.
..del futuro más vale no hablar, no es muy incierto.
Aparte de, que no quisiera daros una idea errónea de mi
estado de salud que, sin poder ser calificado de brillante, o insolente, era en
el fondo de una robustez inaudita. Porque, de otro modo, ¿cómo hubiera podido
llegar a la enorme edad que he alcanzado? ¿Gracias a mis cualidades morales? ¿A
una higiene adecuada? ¿Al aire libre? ¿A la subalimentación? ¿A la falta de
descanso? ¿A la soledad? ¿A la persecución? ¿A los terribles alaridos
silenciosos (es peligroso lanzar alaridos)? ¿Al cotidiano deseo de ser tragado
por la tierra?
Cuánta bondad en estas mínimas palabras, cuánta
ferocidad.
Es curioso, no me gustan ni los hombres ni los animales. Y en cuanto a Dios, ya empieza a cansarme.
Oh incomprensible espíritu, a veces faro…
Si nos creíamos miembros de una extensa red se debía sin
duda al muy humano sentimiento de que el infortunio compartido se amortigua.
Pero yo no estaba hecho para la gran claridad
aniquiladora, se me había dado simplemente una lamparilla y una gran paciencia
para recorrer las sombras vacías.
…innarrable carpintería que era mi existencia,
…trazando fríamente mis planes para el día siguiente,
para mañana, para pasado mañana, creando el tiempo futuro.
No se puede ser impunemente amable, educado, razonable,
paciente, día tras día, año tras año.
La cresta dentada del tejado y la única chimenea con sus
cuatro tubos apenas se destacaban contra el cielo donde babeaban algunas
estrellas al ahogarse.
Reinaba esta horrible claridad que precede de cerca la salida del Sol. Las cosas vuelven a ocupar solapadamente su posición diurna, se instalan, se hacen el muerto.
Y para temer a la muerte como a un segundo nacimiento.
Creía verme envejecer con la rapidez de una mariposa
efímera.
Pero todo esto no era nada en comparación con el rostro,
que se parecía vagamente, siento tener que decirlo, al mío, naturalmente en
menos fino, el mismo escuálido bigote, los mismos ojillos de hurón, la misma
parafimosis nasal y una boca delgada y roja, como congestionada a fuerza de
querer cagar la lengua.
Cuando más dificultades encuentro, mayor empeño pongo en
las cosas.
Preocuparse de las pequeñas cosas es conseguir las
grandes, con el tiempo.
No soportaré más ser un hombre, ya no lo intentaré.
By Keren Verna
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