Personaje: Tía AgustaLibro: Viajes con mi tíaAutor: Grahan Green Mi lectura: Link.
Me encantó el personaje de la tía Augusta
porque, a medida que su sobrino, el protagonista de la historia, va conociendo
a su tía, nosotros también lo hacemos. Es un personaje que va contando su vida
de joven y vamos adentrándonos en su presente, ya una señora mayor, rodeada de
excentricidades y con una visión muy particular de la vida.
—Eso de los nombres es muy interesante —dijo mi tía—. Tu nombre de pila es inocuo, incoloro. Es mejor llamarse así que haber sido bautizado con el nombre de Honesto, porque entonces hay que vivir de acuerdo con él. Una vez conocí a una muchacha llamada Consuelo y su vida era muy triste. Atraía a los hombres desdichados simplemente por su nombre, cuando en realidad era ella la que necesitaba consuelo. Se enamoró perdidamente de un hombre llamado Valiente que tenía un terror pánico a las ratas.
De joven, la tía fue muy independiente, un poco
alocada, muy corajuda y una viajera incansable. Contrasta con su sobrino, un hombre rutinario,
apocado, dócil y poco afecto a los cambios.
Durante la historia, relata el amor que sintió
por un tal Visconti y además, a pesar de su edad, ella se acompaña por un
amante que le sigue el ritmo de sus excentricidades. Es una mujer atrayente,
mandona y algo manipuladora, egoísta, muy liberal y segura de sí.
Una de las anécdotas que cuenta es la iglesia
para perros con quien inauguró con quien era el amor de su vida, Curran, cuando era muy joven. ¿Se imaginan una iglesia para que los perros se casen? Leí que hay psicólogos para perros así que no es tan alocada la propuesta.
—Los perros del circo nos dieron la idea. Dos de ellos fueron a visitar a Curran al hospital, antes de marcharse el circo. Era día de visita y había un montón de mujeres que habían ido a ver a sus maridos. Al principio no permitieron a los perros entrar en la sala. Hubo un gran barullo. Pero Curran engatusó a la jefa de enfermeras diciéndole que no eran perros comunes, que eran perros humanos. Antes de actuar, le dijo, cada perro era bañado en desinfectante. No era cierto, desde luego, pero Curran era muy convincente. Los perros fueron hasta la cama con sus sombreros puntiagudos y sus cuellos de pierrot y cada uno dio la pata a Curran y le tocaron la cara con el hocico, como esquimales. Después se los llevaron de prisa, por temor de que apareciera el doctor. Si hubieras oído a esas mujeres… «Qué preciosura, qué perritos tan monos». Fue una suerte que ninguno levantara la pata. «Son como personas». Una mujer dijo: «No me digan que los perros no tienen alma». Otra preguntó: «¿Son caballeros o señoritas?», como si hubiera sido demasiado exquisita para mirar. «Uno de cada uno», contestó Curran, y por divertirse aún más, agregó: «En verdad, están casados». «¡Oh, qué maravilla! ¿Y no ha llegado la cigüeña todavía?». «No, todavía no», contestó Curran. «Es que solo hace un mes que se han casado. En la iglesia de Potters Bar». «¿Se han casado por iglesia?», chillaron las mujeres. Pensé que Curran había ido demasiado lejos, pero cómo se lo tragaron… Todas se reunieron en torno a la cama de Curran y abandonaron a sus maridos. A los maridos no les importó mucho. El día de visita significa siempre para un hombre el horrible recuerdo del hogar.
La imagen que me vino en mente, no sé por qué,
fue a la tía Augusta con el rostro y el porte de Miss Daisy, la protagonista de
Conduciendo a Miss Daisy,
protagonizada por Jessica Tandy. ¿Se acuerdan? Hace tanto que la vi y me dieron ganas de volver a mirarla. Quizás por la belleza y por la seguridad que
emanan de los dos personajes de la película. Mi tía Augusta, la de mi fantasía, es igualita a Miss Daisy.
No
puedo contar más del personaje porque estaría adelantando mucho de la trama
pero quisiera tener un poco de la osadía
de esta mujer quien vivió el amor y su vida con intensidad.
Por Keren
Verna
Nota: la imagen del cuadro es de Edvard Munch, Seated in the suitcase.
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