SINOPSIS EDITORIAL
Tras los cálidos
elogios y la buena acogida del público cuando Salón de belleza apareció en Tusquets Editores México, en marzo de 1999, y con los derechos de traducción
vendidos a Francia y Alemania, nos parece más que justificado darla a conocer
también. Tras los cálidos elogios y la buena acogida del público cuando Salón
de belleza apareció en Tusquets Editores México, en marzo de 1999, y con los
derechos de traducción vendidos a Francia y Alemania, nos parece más que
justificado darla a conocer también en España y el resto de Hispanoamérica. Bellatin es autor de cinco novelas
cortas, Mujeres de sal (1986), Cánon perpetuo (1993), Efecto invernadero
(1996), Damas chinas (1998) y Poeta ciego, también publicada por Tusquets
México en 1998, que no por breves han incidido menos en el prometedor panorama
de la literatura mexicana. Hoy goza de un prestigio que, con gran ironía y
mucha naturalidad, él protege tras un vago halo de misterio. Una peste extraña
fulmina paulatinamente a los habitantes de una gran ciudad. Rechazados por sus
semejantes, algunos enfermos no tienen siquiera un lugar donde terminar sus
días. Un peluquero, que hasta entonces ha regentado con grandes esfuerzos un
célebre salón de belleza, decide dar refugio a los moribundos. Aficionado a los
peces exóticos que en sus acuarios decoran el salón, el peluquero acaba
convirtiendo su salón en un moridero medieval. ¿Qué mal diezma a los huéspedes
del improvisado enfermero, carente al parecer de motivos filantrópicos? Con el
tiempo ya sólo los peces multicolores serán testigos indiferentes de su
dedicación, cercana a la santidad verdadera, sin paliativos natura.
SOBRE EL AUTOR
Mario Bellatin es un escritor peruano-mexicano
nacido en 1960. A
los 10 años escribió su primer libro inspirado en los perros. Es un escritor
prolífico y de gran energía creativa. Su obra fue traducida a varios idiomas y
es considerado uno de los escritores latinoamericanos más importantes. Estudió
en la universidad de Lima Ciencias de la Comunicación y actualmente
es director de la
Escuela Dinámica de Escritores en la Ciudad de México. Ha
obtenido varios premios y ha escrito entre otros: Mujeres de sal (1986),
Condición de las flores (2008), Disecado (2011), Gallinas de madera (2013).
Ha dicho en entrevistas:
-Siempre escribo
para saber quién soy
-Yo no tengo nada
qué decir, sólo sé que quiero decir y para esto necesito crear formas
narrativas
-Yo no sé si hago
literatura, lo único concreto y real, lo único que sé es que yo me siento y
escribo
-Es que yo no
siento que mis libros me pertenezcan. Yo no sé de dónde vienen ni adónde van.
-La diferencia es
que no se escribe como tú lees. Se escribe al revés. Yo no estoy escribiendo
como tú lees. Ya hay mucho material, entonces es una desescritura. Con tanto material,
lo que hago es ir recortando, quitando, quitando. (...) Y lo único que me queda son hilos. Queda como
una estructura en silencio ¿no? es como un gran silencio. Entonces eso tiene
que estar marcado.
-Escribir para
seguir escribiendo.
PRIMER PÁRRAFO
Hace algunos años
mi interés por los acuarios me llevó a decorar mi salón de belleza con peces de
distintos colores. Ahora que el salón se ha transformado en un Moridero, donde
van a terminar sus días quienes no tienen donde hacerlo, me cuesta trabajo ver
cómo poco a poco los peces han ido desapareciendo. Tal vez sea que el agua
corriente está llegando con demasiado cloro o quizá que no tengo el tiempo
suficiente para darles los cuidados que se merecen. Comencé criando Guppys
Reales. Los de la tienda me aseguraron que se trataba de los peces más
resistentes y por eso mismo los de más fácil crianza. En otras palabras eran
los peces ideales para un principiante. Además tienen la particularidad de
reproducirse rápidamente. Se trata de peces vivíparos, que no necesitan un
motor de oxígeno para que los huevos se mantengan sin que el agua deba
cambiarse todo el tiempo. La primera vez que puse en práctica mi afición no
tuve demasiada suerte.
MI LECTURA
La novela trata de un hombre, el dueño de un salón de belleza en las afueras de una
ciudad que posteriormente ha sido convertido en un lugar de exclusión de los
enfermos, de una dolencia contagiosa que no se menciona, donde son abandonados
o asisten para morir cuando ya no hay esperanza.
Lo que no tiene nada de divertido es la cantidad cada vez mayor de
personas que han venido a morir al salón de belleza.
Ya no solamente amigos en cuyos cuerpos el mal está avanzado, sino
que la mayoría son extraños que no tienen donde morir.
Durante la obra, aparece la fascinación
del protagonista, el narrador, por la cría de peces. A través del
comportamiento de los peces, logra
aproximarse al comportamiento humano. Los peces acompañan la transformación y
decadencia a través del proceso de agonía y de muerte.
La obra se inicia con la bella
pero dura frase de Kawabata: "Cualquier clase de inhumanidad se convierte, con el tiempo, en humana". Esta
frase nos adentra en la temática de la obra: el abandono de los enfermos, la
exclusión y el señalamiento. El antiguo salón funciona como un espacio cerrado, una clausura
social. Me recordó a los leprosarios
y a los geriátricos, ambos sitios de
espera de la muerte, donde la
esperanza ya no tiene cabida y donde la sociedad excluye para preservar,
paradójicamente, la vida del afuera. Esos cuerpos ahí depositados, ya no sujetos
sino tan solos cuerpos, están ya muertos, en un tiempo futuro sin futuro que se
vuelve presente. No valen las medicinas,
los recursos, el esfuerzo. Así, un pensamiento tan práctico, tan inhumano, se
transforma en pura humanidad.
Todos no son más
que cuerpos en trance de desaparición.
Paradójicamente, el salón de
belleza se transforma en sitio de muerte. De belleza no resta ni una pecera. La
visión del protagonista es cruda, fría pero, en otros momentos, cobra una
extrema lucidez para analizar el comportamiento de los demás y el propio. Él es
directo, duro, sin metáforas ni lirismo, describe las cosas cómo las ve, con
frialdad y hasta con objetivismo, incluso cuando narra su propio padecimiento y
su incertidumbre ante la soledad.
Querían vivir a pesar de que no existía modo de atemperar sus males,
a pesar de que el frío del invierno se colaba por las rendijas de las ventanas.
A pesar de que era cada vez menor la ración de sopa que les servía.
Por otro
lado, él se hace responsable de aquellos que ya la sociedad rechaza, los deja
en la puerta, los abandona. También están quienes asisten por sí mismos impulsados
por el temor al rechazo y a la muerte en la soledad debajo de un puente o en la
vía pública, ignorado, borrado. El protagonista no sale a buscarlos, ellos
llegan a su puerta. ¿Qué más podría hacer? ¿Cerrar la puerta? ¿Dejarlos morir
en la calle, bajo un puente?
Si me hubieran
hecho ese pedido en otro momento, jamás habría permitido que mi salón de belleza
se convirtiera en un Moridero.
A medida que leemos, la obra nos
permite movernos en dos polos: la compasión y la crueldad. Al leer sentía que
se me tambaleaba el pensamiento párrafo a párrafo. ¿Es cruel alargar el
sufrimiento de quien va a morir sin esperanza? ¿Es justo que para que no sufran
quienes siguen viviendo tenga que ser a costa de abandonar a quien muere? ¿No
sucede con los enfermos terminales que dado la agonía y el hundimiento deseamos
que no sufra más a costa de morirse ahí mismo? ¿No terminan siendo una carga
para los parientes que luego se echan en cara que yo hago más, que vos hacés
menos, como si el enfermo ya fuera un bulto sin volición que pesa y molesta? Durísimo,
pero ¿cuánto se silencia? La voz del protagonista es eso, una voz que rompe el
silencio del pacto social de invisibilidad.
Prolongando los sufrimientos con la apariencia de la bondad
cristiana. Y lo peor, tratando a toda costa de demostrar lo sacrificada que era
la vida cuando era ofrecida a los demás.
Aquí nadie está cumpliendo
ningún sacerdocio. La labor obedece a un sentido más humano, más práctico y
real.
El libro me
impactó por la forma de narrar un tema tan difícil pero sobre todo por lo mucho
que dice en pocas páginas. La voz del narrador por momentos me hacía pensar que
estaba ante un asesino serial o ante el ser más compasivo. Muchos de quienes
llegan son aquellos abandonados que no tienen donde morir, porque las familias
tienen miedo de contagiarse, porque los han arrojado a la calle y porque la
única opción es morir debajo de un puente. Recordé los antiguos leprosarios,
esos espacios de exclusión donde recaía todo el peso de la sociedad, el estado
de concentración de los pecados, el castigo. Incluso el narrador se refiere al
a enfermedad como “mal”. La enfermedad como castigo divino, quizás, la
enfermedad como purga de la sociedad toda. El protagonista también podría
mimetizarse con la imagen de los flagelantes itinerantes quienes iban de ciudad
en ciudad expiando en sus propios cuerpos el pecado de los demás.
Y testigos hieráticos del mal, logran su salvación en esta misma
exclusión y gracias a ella: con una extraña reversibilidad que se opone a la de
los méritos y plegarias, son salvados por la mano que no les es tendida. El
pecador que abandona al leproso en su puerta, le abre las puertas de la
salvación.
(Michel Foucault)
Los pobres, los vagabundos, los muchachos de correccional, y las
“cabezas alienadas”, tomarán nuevamente el papel abandonado por el ladrón, y
veremos qué salvación se espera de esta exclusión, tanto para aquellos que la
sufren como para quienes los excluyen. Con un sentido completamente nuevo, y en
una cultura muy distinta, las formas subsistirán, esencialmente esta forma
considerable de separación rigurosa, que es exclusión social, pero
reintegración espiritual. (Michel Foucault)
La enfermedad quizás sea el sida
pero no se la nombra más. Tampoco tiene nombre el protagonista. Esta falta de
nombre posibilita la generalidad de cualquier enfermedad, ya sea el sida u
otra. Y él cobra un rostro anónimo, el de nadie y el de todos. Igual para los
que llegan a morir. La ambivalencia persiste también en los sentimientos que me
sucedieron mientras leía: el moridero como sitio de compasión y el moridero como sitio de crueldad.
Me fue
inevitable pensar en la resignificación de la muerte. De la muerte como
recapitulación de la vida, como momento de pacto con dios y de arrepentimiento
hasta la muerte como proceso negado e invisibilizado como en el hoy, como se
lee en el libro de Philippe Ariès, Morir
en Occidente.
Acabamos de ver cómo la sociedad moderna privó al hombre de su muerte
y cómo sólo se la restituye sino la utiliza para perturbar a los vivos.
Recíprocamente, prohíbe a los vivos que se muestren emocionados por la muerte
de los otros, no les permite ni llorar a los difuntos ni demostrar extrañarlos.
Poco a poco, el interés o la piedad se desplazaron del moribundo a la
familia y los sobrevivientes.
El moridero puede ser cualquier
lugar. La sala de terapia intensiva es un moridero donde uno no puede entrar a
ver a los parientes, donde se ocultan detrás de un muro, se los tapa para que
no sean vistos e incluso podemos pensar que nosotros los hemos “dejado” allí,
están allí con nuestro consentimiento, están allí para morir. Una sala de
velorios también es la consecuencia de un moridero, de una muerte que pasa a
ser tabú, muerte contaminante, en tensión con la vida, la gran destructora. Y
está San La Muerte ,
la muerte en forma de santo a quien rezan para pedir una buena muerte. Una buena
muerte es una muerte rápida. Hay miedo a la agonía, al sufrir, al no poder
morir, al perdurar. “Por suerte ya se fue”, “por suerte ya no sufre”, y demás
dichos que uno ha escuchado en los velorios. La muerte como la suspensión del
sufrimiento, ya no un pacto con un dios, ya no es el momento de evaluar la
vida; la muerte es una cuchillada compasiva.
MENSAJES
-Hay varias maneras de morir y el abandono también es
muerte
-La invisibilidad de ciertos procesos para ocultar al
resto de la sociedad constituido en un en un acto entre liberatorio e irresponsable
-La esperanza a veces no alcanza
-Los “morideros” cambian el contenido pero siguen siendo
morideros.
-No es más compasivo alargar el sufrimiento de un ser
humano
-La soledad de los excluidos y rechazados, la soledad de
los enfermos.
ALGUNAS CITAS MARCADAS
La mayoría eran
mujeres viejas o acabadas por la vida. Sin embargo, debajo de aquellos cutis
gastados era visible una larga agonía que se vestía de esperanza en cada una de
las visitas.
Me sentía como aquellos peces
invadidos por los hongos, a los cuales rehuían incluso sus naturales
depredadores.
En más de una ocasión había
realizado cierta prueba, donde quedaba claro cómo los peces atacados por los
hongos se volvían sagrados e intocables.
Me gustaba el absurdo de la
desaparición que se desarrollaba en los acuarios.
Tal vez en algún momento me sentí
inmortal y no supe preparar el terreno para el futuro.
Seguiré leyendo la obra del autor porque me gustó
muchísimo por su forma de narrar, por su estilo. Recomiendo esta obra para
hacernos tambalear la conciencia.
BIBLIOGRAFÍA CITADA
-Philippe Ariès. (2007) Morir en Occidente. Adriana
Hidalgo Editora
-Michel Foucault (1990) Historia de la locura en la época
clásica. Fondo de Cultura Económica.
Fuentes: Eluniversal / ladédelangues /
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