La mujer que vivió
un año en la cama
– Sue Townsend
SINOPSIS EDITORIAL
El día en que sus
hijos, unos gemelos superdotados, se marchan a la universidad, Eva cruza la
puerta de su casa y se mete en la cama en pleno día. No está enferma. No está
cansada. Y, desde luego, no tiene una aventura. Simplemente, ha llegado el
momento de decir basta. Una novela delirante y profunda sobre lo que sucede cu
ando alguien deja de ser lo que los demás desean que sea. Una sátira brillante
sobre la familia y la sociedad modernas
BOOK TRAILER
AUTORA
Nació en 1946
en Leicester (Reino Unido) y
fallecida este año, 2014. Dejó el colegio cuando tenía 15 años. Ha escrito
numerosas novelas y obras de teatro. Es considerada una de las escritoras más
importantes de su país. Ha logrado reconocimiento con El diario secreto de Adrián Mole,
publicado por primera vez en 1982, una obra que consta de varios volúmenes, ha
sido adaptada para televisión, la radio
y teatro.
Otras
obras: La reina y yo (1992), Niños fantasmas (1997).
MI LECTURA
Me decidí a leer este libro por
la sinopsis porque el título y la tapa no motivaron, ejemplo de que no
deberíamos guiarnos por la fachada pero
es inevitable no detenerse en la portada, sobre todo cuando uno no ha leído
nada del autor. Cuando leí el título pensé que era una historia de alguien que
padece una enfermedad terminal. Nada de esto.
La
mujer que vivió un año en la cama es uno de los libros que más me hizo reír a la par que, en ciertos pasajes,
me ha emocionado. Me lo apunto como una de mis lecturas favoritas. Por un lado, la autora explora el rol de la mujer madre, mujer esposa, quien siempre está disponible para los
demás, aquella persona que todos necesitan; por otro lado, también es una
sátira sobre las costumbres modernas como el apego a Internet, las relaciones
románticas, la familia, la muerte, los ídolos contemporáneos, la medicina y sus
agentes, etc. Además, la reflexión en torno al sufrimiento humano recorre todas las páginas, un sufrimiento
distinto pero que guarda bajo las capas de diversidad, un fondo común. Entonces,
no podría decir que sólo es una sátira, ni un libro de humor, ni un libro sobre
un drama. La obra tiene todas esas cosas amalgamadas en forma positiva.
Eva,
la protagonista, ha tomado una decisión: se aparta de su vida y se mete en la
cama como si fuera un barco a la deriva que espera un nuevo horizonte o una
nueva isla. Pero ¿por qué se ha metido en la cama? Eso lo descubriremos durante
la lectura.
Me gustó muchísimo la forma de armar
a los personajes, desplegando
personalidades complejas, con múltiples dimensiones. Me destornillaron los
mellizos y sus diálogos, las ocurrencias y su lado más friki ya que siempre me atraen los personajes excéntricos y todas
las situaciones fuera de la norma que son capaces de generar. Otro punto a favor son los diálogos chispeantes, fluidos, que nos
adentran directamente en las situaciones que van desde jocosas hasta trágicas.
Otro de los personajes que me
gustaron muchísimo fue Poppy, una joven de la edad de los mellizos con una
personalidad muy “emprendedora”.
Me hubiese gustado otro final. A medida que leía me imaginaba
muchos finales alternativos pero no me esperaba el propuesto por la autora.
La sinceridad de Eva es para
aplaudir. ¿Somos capaces de observar nuestra vida y decirnos a la cara aquello
que no queremos escuchar?
Me saco el sombrero ante la
descripción que hace Eva de sus pormenores para preparar la navidad perfecta
para la familia y me sentí tan identificada con la locura navideña, las
carreras para conseguir un objeto que se presenta tan distante a la
conmemoración del nacimiento de un dios, que no podía parar de reírme y de
decirme que sí, es así, es así. La cara asombrada del marido que no podía creer
que una velada navideña suponga tanto esfuerzo también me dieron ganas de
gritarle que si pensaba que todo brotaba del suelo. El trabajo de ama de casa,
decía mi madre, nunca es reconocido. Tenía razón.
El humor me gustó, así como la
forma de alternar situaciones jocosas y otras más dramáticas.
Inmediatamente, no es algo
habitual ya que prefiero dejar pasar dos o tres libros, me leí de un tirón El diario secreto de Adrián Mole. Otro
libro que va a mis favoritos y dejo para más adelante la reseña.
Comparto uno de mis pasajes favoritos cuando Eva le
cuenta a su marido que ahora él tendrá que hacerse cargo de navidad. El marido
intenta tomar apuntes. Sinceramente, no podría haber retratado mejor la locura
navideña. Es el motivo por el cual he dejado de “celebrarla” desde hace tres
años.
—(…)Comprar velas
para candelabros... abre paréntesis, comprobar el grosor, cierra paréntesis.
»Ir al campo a por muérdago, hiedra, piñas, ramas y diente de león. Secar en
radiadores. Comprar pintura en espray de color plata y oro. Aplicar espray en
las ramas secas, etcétera. Hacer sitio en el frigorífico. Utilizar sobras
variadas para hacer extrañas comidas, disimular sabores con hojuelas de chile y
ajo. Ir a carnicería del barrio, pedir pavo. Ver cómo el carnicero se ríe en tu
cara. Ir al supermercado, intentar pedir un pavo. Marcharse del puesto de
pollería ante el sonido de carcajadas. Comprar diez latas de bombones Quality
Street por cincuenta libras. Hacer cola durante una hora y diez minutos para
pagarlas. Decidir cuánto gastar en parientes lejanos o cercanos, rastrear las
tiendas, no hacer caso de la lista que tienes y hacer compras ridículas e
impulsivas. Llegar a casa, descargar los regalos, sufrir de inmediato
remordimientos por las compras. Devolver todo al día siguiente y comprar
veintisiete pares de calcetines de lana rojos con adornos de renos. Consultar
internet, pedir los últimos aparatos técnicos que es imprescindible tener para
Brian y los mellizos, descubrir que no queda ninguno en todo el país, ir a la
tienda Currys y que un joven te diga que un buque contenedor acaba de atracar
en Harwich y que se espera que el camión llegue el 23 de diciembre. Preguntar
si pueden pedir tres de los últimos imprescindibles. El joven de Currys te
aconseja que te unas a la cola a las cinco de la mañana pues ésa va a ser tu
única posibilidad.
—Ir de compras a
última hora para comprar ropa para ti, evitar discusiones como la del año
pasado cuando Brian dijo: «Eva, no puedes ponerte vaqueros el día de Navidad».
Hacer compras impulsivas de chaqueta de punto roja con lentejuelas y falda de
encaje negro. En Marks & Spencer, comprar pijamas y batas para los
mellizos, igual para Brian. Ir a sección de comida, comprar ingredientes para
cena de Navidad para seis, además de tartas, galletas, flanes, pastel de
frutas, pan cortado en rebanadas para bocadillos, salmón, etcétera, etcétera,
etcétera.
—Supervisor de
pollería dice que debes hacer cola desde las cuatro de la mañana para
asegurarte de que consigues pavo. Tambalearse en la puerta con bolsas, no
encontrar coche, llamar a la policía para denunciar robo del coche, después
recordar justo antes de que llegue la policía que llegaste en taxi, llamar a
empresa de taxis para que te lleven de vuelta, un hombre con voz agobiada dice:
«Imposible, estamos completos por las fiestas de empresa». Llamar a amigos,
todos han bebido, llamar a parientes, Ruby dice: «Son las once y media. ¿Cómo voy
a hacerlo? No tengo coche». El teléfono se queda sin batería, arrojarlo
enfadada a un arbusto lleno de espinas del aparcamiento. Calmarte y buscar
teléfono. Encontrar teléfono pero terminar con arañazos y sangrando tras
búsqueda. Finalmente, marido denuncia tu desaparición, policía dice que echará
un vistazo, coche de patrulla te lleva a casa a la una y media de la noche.
Conseguir dormir dos horas antes de ir con coche a Marks & Spencer a hacer
cola. A las cuatro de la mañana ser la décimo novena en la cola. Pavo relleno
agotado, sólo queda comprar pavo normal con cabeza, cuello y garras. Sus ojos
te miran con tristeza insoportable, le pides perdón, crees que en tu
imaginación. En realidad, lo has dicho en voz alta y la gente de
alrededor se piensa
que estás loca porque has dicho: «Pavo, siento mucho que te hayan asesinado por
culpa de una tradición»
—Estar a punto de
volver a casa cuando recuerdas que tienes que hacer cola para los aparatos más
novedosos. Ir en coche a Currys para ver que la cola ya
sobresale por el
aparcamiento. Quedarse o no, ésa es la cuestión. Mientas intentas decidir,
quedarte dormida al volante del coche causando un ligero daño en el Renault que
tienes delante. Mala reacción del conductor del Renault, como si hubieses hecho
daño a sus hijos o matado a su perro. Intercambiar datos del seguro y después
darte cuenta de que el seguro ha caducado. Decidir hacer cola y sufrir la
insoportable tensión de preguntarte si Currys va a quedarse sin los aparatos
antes de que llegues a la puerta. Conseguir llegar al mostrador antes de que
los aparatos imprescindibles se agoten. Intentar pagar, tarjeta denegada por la
máquina, recibir lecciones de una cajera de doce años que dice: «Si la deja
suelta en el bolso seguro que se raya. ¿Por qué no la guarda en el
compartimento de las tarjetas de su cartera?». Decir a la niña que seré lo
desorganizada que me dé la gana. «¿Tiene otra tarjeta?», pregunta ella.
Contestar: «Sí» y rebuscar dentro del sostén la otra tarjeta. Dársela a la
cajera, que dice que la tarjeta está caliente, que no funcionará hasta que se
enfríe. Esperamos. La gente de la cola de atrás protesta en voz alta por
retraso. Gritar a la cola, recibir gritos de la cola, el supervisor trae
bandeja con minipasteles de frutas para apaciguar a los fríos y
cansados clientes.
Un hombre se atraganta con una pasa que hay dentro del pastel de frutas. Al
final, la tarjeta se enfría lo suficiente para insertarla en la máquina y es
rechazada para comprar aparatos imprescindibles.
—Suplicar a la
cajera que lo intente una vez más. Lo hace... murmura... Creer que ha soltado
una palabrota, incumpliendo las normas de Currys. Decírselo, considerar
presentar una queja formal, pero cerebro y boca no funcionan, así
que lo dejas. La
máquina acepta la tarjeta, lloras de alivio. Volver a casa en coche con pavo y
aparatos imprescindibles en el asiento del pasajero, sujetos con el cinturón de
seguridad. Regresar a casa y, entre una nebulosa de ansiedad y la falta de
sueño, desenvolver el pavo, dejarlo en la mesa de la cocina. Arrastrar la
escalera de mano desde el sótano, desenredar las luces de
Navidad, colocarlas
alrededor de los rieles, empezar con un diseño artístico en la mente, terminar
con las luces de colores lanzadas sobre cualquier estante o superficie.
Bombillas fundidas, buscar repuestos. Pedir ayuda para adornar el árbol.
Mellizos y Brian traumatizados por la tristeza de los ojos del pavo y aseguran
ser incapaces de moverse, jurando que nunca más volverán a tocar ningún tipo de
carne. Tachar carne de cerdo y jamón de la lista de comida de Navidad. Entrar
en la cocina, ver al gato del vecino atacando la cabeza del pavo, los ojos del
pavo expresando lamentos. Por una vez, no golpear al gato con una cuchara de
madera sino hacer salir al gato con la cabeza del pavo a la calle. Hay
diecisiete bolsas en la mesa de la cocina. Dar un mordisco a una zanahoria,
echarte una diminuta cantidad de whisky en un vasito, dar un bocado al pastel
de frutas, colocar una bandeja alegre, llevarla a la chimenea de la sala de
estar
Fuentes: LeicesterMercury (imagen) / Literature/
Por Keren Verna
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