Con regularidad. Y no puede ser de otro modo. Cuando uno hace novelas tiene que ser así. Yo trabajo todos los días. Y todos los días tengo la misma resistencia a sentarme y seguir.
Por lo
menos me demanda un enorme esfuerzo. Creo que hay allí, en esa resistencia a
empezar, cada día, el terror a la página en blanco, el terror de equivocarme. La cuestión es que hay, antes de
sentarme, una hora o dos, en que doy vueltas y vueltas y vueltas. Todos los
días es lo mismo, desde hace 20 años. Más, hace 21 años que escribo y esto no
cambia. Al contrario, cada vez se hace más difícil.
Se necesita un grado de concentración muy profundo para tocar la zona que uno quiere. Entonces hay que hacer un gran esfuerzo para no escuchar la primera voz que se oye. En general, la primera voz es la de las influencias, la del conformismo. Hay que tratar de llegar a otros sustratos.
Yo tengo
bastante poca resistencia. Me canso muy rápido. Si estoy cansado tengo que
dejar esté donde esté. A la mañana corrijo. A veces corrijo traducciones. A la
tarde, entre cuatro y ocho, escribo.
Cuando yo empiezo a trabajar en una novela es
porque he encontrado un personaje con el que siento una afinidad especial. Es a través de ese personaje que yo planto cosas que no podría
plantearme en mí mismo directamente. A través de él me planteo problemas míos
no resueltos.
Yo quería hacer cine. Hacía guiones con temas muy
escapistas en general que además, copiaban películas de Hollywood, y que,
además, no gustaban a nadie.
Decidí entonces hacer una especie de bosquejo previo de
cada personaje a fin de aclarármelos. Ese bosquejo tampoco sabía cómo hacerlo.
Lo que sí tenía claro en la memoria era la voz de los personajes. No sabía
tampoco si quería hablar de los personajes en tercera persona (...) Hablar en
tercera persona significaba juzgarlos y esto me resultaba antipático. Lo que sí
me pareció posible fue comenzar a registrar la voz de cada uno de ellos.
La anécdota se deriva del carácter de los personajes. Si se colocan varios personajes juntos y se los conoce bien, uno sabe qué hará cada uno de ellos.
A mí me gusta no darle todo resuelto al lector. Ofrecerle los elementos y, a la vez, un tiempo durante el
cual pueda él poner en orden los datos que yo le doy y extraer sus propias
deducciones.
...que ya
la novela del siglo XIX ha analizado tan bien los contenidos conscientes de la
psiquis, que si uno quiere hacer algo nuevo no tiene más remedio que buscar
esos otros, pero que son tan ricos.... allí donde lo individual se vuelve
colectivo y donde cesa la aparente libertad de elección del individuo. Allí
donde el individuo, lo sepa o no, está manipulado totalmente por el
inconsciente colectivo.
Al
escribir esta novela sentía que era absolutamente necesario dar el panorama político
de la protagonista, para que el lector termine de comprenderla. Ella es un
producto de su época, que no ha surgido por generación espontánea, como los
hongos del campo, y la época que le ha tocado es altamente politizada.
A mí, los
géneros populares me tocan. El melodrama, la comedia musical, por ejemplo. Y
trato de desentrañar los elementos válidos que puedan tener e incorporarlos en
mis obras.
Lo que más me molestaba era ese problema con la autoridad, con la prepotencia.
Creo que
en mis personajes y en mi vida he ido separando cada vez con más exactitud lo
que hay de aceptación del sistema y las verdaderas necesidades de las personas.
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