ESTRATEGIAS DE ROMANCES CONTEMPORÁNEOS: CRUSH, AMORES PLATÓNICOS, DE VIDEOJUEGOS Y CASAMIENTOS CON
ALMOHADAS.
Te has mantenido de pie diez horas interminables afuera del teatro para ver a tu ídolo y saber si “usa perfume o no”. Te has comido ocho horas de pie bajo la lluvia para que él te firme un autógrafo para conocer su letra. Has pegado afiches con el rostro de tu amor en la habitación solo para ver su rostro a toda hora. Has consultado foros para saber su color favorito, el nombre de su gato. Te has teñido el cabello de rubio porque a él le gustan las rubias. Conoces las 456.789 fotos que tira la búsqueda de Google. Recibes notificaciones si él postea algo nuevo en Instagram. Te has puesto a llorar por la traición que él ha cometido al casarse con una mujer hermosa, como si fuera para ti posible todavía vivir una historia de amor con él (o con ella). Te levantas a las cuatro de la madrugada para leer el foro y escribirles a las otras fanáticas que él nunca será feliz con ella, para ver las fotos de tu amor con la otra, en la playa, tan felices y vos tan triste, y sabes que las otras fanáticas te entienden. Sabes que él existe, que está allí, a unos kilómetros, en tu mundo contemporáneo y firme. Estas son algunas recopilaciones que he juntado por las redes, en charlas y de mi cosecha propia.
Pero ¿qué
sucede si él o ella habita en un mundo de videojuegos? ¿Es posible enamorarse de un avatar? ¿De un muñequito de colorines?
La idea de la novela que pronto publicaré por Amazon, Mi novio vive en la sombra de un píxel,
nació hace muchos años. Por un lado, no voy a
mentir, yo también me volví loca con un videojuego. Aún me fascina jugar y paso
horas en los mundos virtuales. Por ejemplo, soy fan de Cullen y de Solas en
Dragon Age Inquisition. No me he enamorado, por suerte, de uno de los
personajes. Dios me libre de ese sufrimiento. Pero en tanto jugaba al Aion y al
Linage, eones atrás, conocí a varios que sí estaban enamorados. Una chica se
había vuelto chiflada por Dante de Devil May Cry. Y es que Dante está re
fuerte, como decimos en mi país. No es para menos con ese rostro y ese cuerpo
perfecto, aunque irreal. ¿Irreal?
Y aquí hay
otro tema. ¿Es irreal el mundo virtual?
¿Existe? Es un buen debate. Según mi punto de vista, existe porque lo hemos
construido. Es como pensar en esa casa del mar que visitamos el año pasado. Es real porque pienso en esa casa, existe
en mi mente. Puede que haya sido derrumbada. Incluso existe en mi mente como
antes del derrumbe, intacta. ¿Qué pasa con la casa de tu infancia? ¿Existe?
¿Podés ir a verla? Y si fue derrumbada, ¿acaso no existe cuando la pensás?
¿No pasamos
horas en un videogame y sentimos que el pueblo medieval es real como si
hubiéramos estado ahí y ahora es un recuerdo? Entonces, ¿es posible enamorarse
de un avatar, de un personaje del mundo virtual? Sí, hay algunos que sienten lo
mismo que por ese chico que vieron una vez y nunca más lo vieron. Aún perdura y
piensan en él y sufren por no verlo.
Esta chica
que se enamoró de Dante me contaba sobre su sufrimiento. Así comencé a
averiguar sobre el tema porque me interesaba mucho. Llegué a los casos de
personas que se han casado con objetos. Se llama objetofilia. De todos los casos, me interesó el del coreano que se
casó con su almohada, su dakimakura, que tenía impresa una imagen
de una chica, Fate Testarrosa, personaje de “Lirica Nanoha”. Se enamoró del
personaje, no de la almohada, por eso me interesó tanto la noticia. Era afín a
enamorarse de un personaje de un videojuego. También podemos pensar uno de una
obra literaria. Recuerdo a una francesa que solicitó casarse con un escritor
muerto, con el Conde de Lautréamont. ¿Cómo se llamaría en este caso?
¿Fantasmafilia? Y hay casamientos más extraños como casarse con un monumento.
Una mujer, dicen, se casó con la Torre Eiffel y otra, con un árbol.
Estos fenómenos de amores de avatares son nuevos, aunque no del todo. Podemos relacionarnos con los amores
platónicos. Estos sentimientos pueden generarnos ganas de vivir, de viajar,
de aprender. Conocí a una chica que se enamoró de un modelo de Europa ni bien
lo vio en una foto en una red social. Fue amor a primera vista, según dice.
Durante años lo siguió en las redes sociales. Gracias a su amor, pudo bajar de
peso, mejorar su salud y viajar. Pero también enamorarse de un avatar o de un hombre o mujer que vemos en una imagen
nos impulsa al sufrimiento de lo inalcanzable. Nunca se casará con
nosotros. Lo más probable es que nunca lo veamos en persona, que nunca sepa que
existimos. Además, las personas de carne y hueso que conocemos, por
comparación, no nos interesan porque no se ven perfectos, no es él o ella, son
insulsos, no tiene ese halo especial. Al estar en una imagen, nuestro crush es siempre idéntico. Tener un amor platónico o crush es una condena al sufrimiento.
Entonces, comencé a pensar en una historia de una
joven que se enamora de un personaje de videojuegos. Así nació Petra. Al comienzo
el personaje del juego era una especie de ángel de un mundo postapocalíptico. Y
Petra, cuando jugaba, era su healer o
curadora. Luego, por esos misterios de la creación literaria, el personaje
masculino se transformó en detective. La ciudad se convirtió en un sitio en
blanco y negro, siempre nocturno, agobiante y temible. Entonces, el videojuego
pasó a estar ambientado en el pasado, en eso del cuarenta. Miré películas del
cine negro o noir para inspirarme.
Busqué imágenes de galanes de la época. Así nació Decker, no sé por qué es el
primer nombre que vino a mi mente y no pude cambiarlo más, y Claire, la heroína
del videojuego donde juega Petra. Entonces, ya tenía un triángulo amoroso.
Gracias a la
novela pude meterme en el mundo del fandom, de los crushes y de los amores
virtuales. Fue muy interesante. Incluso, agregué fragmentos de prosa poética,
esos momentos donde Petra vuelca su sufrimiento. De manera alternada, además,
un capítulo está contando por Petra y otro por su alter ego en el juego, Claire.
Comparto, para cerrar esta entrada, el inicio de la novela que está en
etapa de revisión final. Además, si alguien quiere leerla para reseñarla, o
solo leerla para dejar sus impresiones en las redes sociales (sinceras, con libertad, no me entrometo en la subjetividad de quien
lee), pueden solicitarla por mail.
Solo me permite mi presupuesto enviarla en formato digital.
Mi novio vive en la sombra de un píxel comienza así:
Planeo tirarme desde lo alto de un rascacielos. Esto es amarte: subir a una ola sin poder bajar, girar en la calesita hasta que saltan los resortes, reírse y que te duelan las mejillas; también es el vértigo de observar que las calles y la gente se han vuelto tan pequeñas que resulta ridícula una vista de pájaro. Y es volverse diminuto, asustarse por el espectáculo de una pelusa voladora y que el estruendo que conlleva la caída de una pestaña te haga saltar como marioneta deshilada; temblar, y no de frío; ahogarse, y no sumergido en el agua. Imaginar hasta volverse tan irreal como la materia prima que anuda a los sueños.
Permanezco arriba del edificio tanto como puedo, junto a él, en la lejanía de mi espacio único. Y amarlo es también mentir para que no te tilden de idiota. Mentir hasta el extremo de llegar a tener que cambiarte el nombre. No puedo hablar de mis sentimientos cuando me gusta alguien. No puedo decírselo a la cara. Me siento incómoda, con una vergüenza que me hace decir las cosas más idiotas, como cuando le dije a Jason “gracias” en lugar de “permiso”. Peor fue cuando me gustaba Miguel y le dije “amén” en lugar de “hola” y debí dibujarla con que venía rezando por la muerte de mi abuela: lo peor fue que ella estaba viva.
No puedo decir lo que me pasa. Luego, es como si un huracán me azotara el cuerpo, me diera vuelta con el mismo gesto de enroscar las medias sucias. Creo que es por dejar a la intemperie un pedacito del alma. Yo la siento ahí afuera mientras se la lleva el viento y se confunde con el aire.
¿Quién es tu
crush? Yo sigo fiel a mi Marlon Brandon.
Besos y buenas
lecturas!
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