Me gusta, luego de leer una novela, indagar
sobre el autor, su método de escritura, cómo ha llegado al oficio. Comparto una
serie de extractos de entrevistas sobre Selva Almada. Hace poco subí mi
lectura de la novela “El viento que arrasa”.
Además rescaté frases sobre le oficio de escribir que me parecieron
interesantes.
Me
llamó la atención que ha escrito sin un plan previo tan solo dejándose llevar.
Yo lo he intentando y fracasé quedando atrapada en una especie de enredo que no
podía acomodar, con personajes que se desarmaban, con situaciones que eran como
callejones sin salida y me llevaba tanto tiempo en reescribir eso que terminaba
en el cesto de reciclaje. Pero, cada uno deja fluir la creatividad a su gusto y
forma. He leído que Stephen King también escribió sin planificación previa.
Cuando
estoy escribiendo algo más largo, como un cuento o una novela trato de ser metódica. Igualmente, me
cuesta cumplir con una rutina de horarios. Lo que trato, cuando comienzo con un proyecto, es que no pasen muchos días sin
escribir para no perder el ritmo y la conexión.
Muy pocos escritores viven de la venta de sus libros, porque el volumen de ventas no alcanza. Sólo el 10% del precio de tapa le corresponde al autor. Los escritores generalmente viven de otros trabajas que se arman en forma satelital que se generan a partir de la aparición del libro, como talleres, conferencias o publicaciones en diarios. Son muy pocos los que pueden llegar a vivir de eso. Es otra cosa si se traducen o si se llevan al cine.
Ya me han
dicho que mi escritura no es típicamente femenina, dice la autora. Y añade:
"Igual, las escritoras que me gustan no trabajan con ese tono. No me interesan las historias domésticas
con dramas o románticas. Me gustan las historias que avanzan. Y me da más curiosidad el mundo de los
hombres que el de las mujeres. Eso se nota en la novela, donde las madres están
ausentes. Lo que no quiere decir que en mis cuentos no aparezcan mujeres,
pero no son mujeres comunes nunca, son quizás más masculinas. Por ahí es la
mirada que yo tengo sobre las cosas, sobre el mundo.
En la
literatura argentina siempre esta cuestión
de la oralidad está emparentada con la gauchesca o a un costumbrismo que no
me gusta para nada. Flannery y Carson McCullers eran lecturas recientes cuando
escribí El viento que arrasa, y por eso la novela está impregnada por esa
literatura. Y fue esa oralidad lo que
traté de reproducir en Ladrilleros. Me
interesaba poder usar y transformar la realidad en una poética, no transcribir
la oralidad. En Ladrilleros creé un híbrido de palabras que sí son del
Chaco con otras que me resuenan de mi infancia en Entre Ríos y con palabras del
conurbano bonaerense. Quería incorporar ese lenguaje, pero a la vez
transformarlo. Cada vez que me dicen: "Tu literatura es
hiperrealista", no estoy de acuerdo. Tiene mucha conexión con la realidad,
pero es un universo transformado, no es un documental. Yo no hago documentalismo literario.
En un universo que conozco, prefiero trabajar sobre ese recuerdo y después inventar más que ir a ver hoy cómo es.
Creo que no se puede enseñar a escribir. Hay que tener un poco de talento, no es sólo técnica y
disciplina. Los talleres no te enseñan a escribir, te ayudan a ver los
conflictos y aciertos de un texto. Un coordinador no deja de ser un lector
atento. Escuchar, marcar, ver por dónde puede ir el texto y dónde hay una
cantera para escarbar y seguir sacando. Las
técnicas existen, pero soy experiencia viva. Laiseca siempre me ha
criticado que empiezo a escribir sin saber a dónde ir. No sé si mi narrativa
tiene cosas de Laiseca, sí sé lo que le debo como escritora. Con él aprendí que
hay que ser muy serio en el trabajo y
que hay que tener una entrega muy especial.
Cuando
nos sentamos a escribir, estamos acostumbrados a narrar lo visual y nos
olvidamos de los otros sentidos, que me parece que en un relato cuentan
muchísimo, sobre todo en los que suelo escribir, que no son relatos donde pasa
demasiado, donde todo está más en la observación y en la detención en ese
momento singular en la vida de los personajes.
En general soy bastante improvisada, muy sobre la marcha. Excepto Ladrilleros, que sí sabía que iba a ser una novela y Chicas muertas, que sabía que era una crónica, después las cosas que empiezo, las empiezo y después veo para dónde van. También me ha pasado que muchos relatos quedan por la mitad, perdidos en algún archivo de Word. Ese es el riesgo de empezar sin saber hacia dónde uno va. A veces aparecen cosas buenísimas y a veces no aparece nada y ese comienzo que te parecía tan maravilloso se queda en dos o tres páginas que no van a ninguna parte.
Pero lo
cierto es que yo escribí relatos la mayor parte de mi vida, la novela llegó
mucho después. Diría que después de más de diez años de escribir relatos. Los
primeros libros que publiqué Niños y Una chica de provincia son libros de
relatos, que ahora se reeditan en este volumen que reúne además cuentos que
salieron sueltos en antologías o revistas. En cierto modo, llegué por accidente a la novela. El viento que arrastra es un
proyecto de cuento que no resultó, es un cuento frustrado.
Yo no encuentro una diferencia sustancial entre
el cuento, la novela y la crónica. Por
supuesto, cada uno tiene sus dos o tres reglas propias, pero después es
narrativa y a mí lo que más me gusta es escribir narrativa. Podría señalarte
diferencias entre escribir poesía o guión, que ahora estoy experimentando por
primera vez, pero la narrativa para mí es un estado natural y no digo natural
en mí, si no en todas las personas: todos nos la pasamos narrando todo el
tiempo, cualquier anécdota, cualquier chisme, por mínimo que sea, es un relato.
A veces escucho alguna anécdota que al tiempo
puede dispararme una historia, pero esa siempre será una ficción. Otras veces los relatos aparecen porque aparece un clima
que me resulta atractivo, una pequeña situación o escena. Después, la cosa es
ir tirando del hilo y ver qué aparece.
Links de las entrevistas: eldiario / unachicadeprovincia / lanación / lanacion2 / infobae / diariouno /
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