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Este es el primer día de una nueva vida, un nuevo eje de
la rueda que sube. Pero mi cuerpo pasa a través de ella como la sombra errante
de un pájaro. Yo pasaría como la sombra que se oscurece rápidamente sobre los
prados, se desvanece y muere en el límite de la selva, si no fuera porque
obligo a mi cerebro a trabajar: me obligo a mí mismo a fijar, aunque sólo sea
en un verso de un poema no escrito, este instante; a anotar, a señalar esta
pulgada de la larga historia que comenzó en Egipto, en tiempo de los faraones,
cuando las mujeres llevaban ánforas rojas al Nilo. Paréceme que hubiera vivido
ya millares de años. Pero, si cierro mis ojos, si no logro percibir dónde se
juntan el pasado y el presente y que estoy sentado en un vagón de tercera
clase, en un tren lleno de muchachos que regresan a pasar las vacaciones a sus
casas, un momento de la historia humana será defraudado de su visión. Sus ojos
que quieren ver a través de mí, se cerrarían si yo me durmiera ahora por pereza
o cobardía, sepultándome en el pasado, en le oscuridad…
Del libro: Las olas de Virginia Woolf
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