Un
proyecto de vida no puede sustentarse sobre un proyecto de muerte. Constituiría una
enorme paradoja. Tampoco mi vida debiera
ser preferible a la de otros. Menos aún, la vida debiera ser un tema médico
hasta convertirlo en un espacio patologizado. Por ejemplo, el embarazo. No es
azar que la gente crea que un aborto legal en un hospital siempre es seguro.
Primero, ¿por qué es una práctica que se circunscribe en la esfera médica?;
segundo, ¿por qué se cree que es segura? Nos sobran ejemplos de mujeres que
también creyeron que era segura una cirugía plástica y murieron ya sea por
complicaciones en la cirugía o por el contagio de algún virus
intrahospitalario. Ninguna práctica que se realice dentro de un quirófano es
segura. Siempre existe la posibilidad de muerte. Además, ¿cuántos abortos puede
soportar el cuerpo de una mujer?
También
hay que considerar los negociados y los papeles protagónicos de las
farmacéuticas y todas las demás industrias médicas: las obras sociales, los
seguros médicos, las farmacias, las droguerías, las clínicas privadas, los
profesionales de la salud que atienden cien pacientes que terminan siendo
anónimos, etc. Todos impulsando al aborto como espacio comercial y rentable. El cuerpo de la mujer, la vida de un ser
humano, convertidos en meras atracciones de beneficios monetarios.
Imagen de Erika Lugo
Y
así como hay escuelas privadas y escuelas estatales, dos tipos de escuela tan
diferentes, zonas de arraigo y perpetuación de la desigualdad social, habrá
abortos legales en clínicas privadas transformadas casi en spa con
profesionales de excelencia contra los abortos en hospitales públicos donde no
hay ni gasas, ni higiene y, muchas veces, ni turnos, atendidos por profesionales
cuyo desempeño no les alcanza para postularse en las mejores clínicas y
terminan atendiendo en hospitales públicos, atención que a veces raya el
maltrato. La desigualdad será tan
patente como ahora, o quizás aún más exacerbada, y las mujeres de clases empobrecidas serán las
que tendrán mayor probabilidad de morir, aún atendidas en un quirófano de
un hospital, por no decir la tristeza de ser mal atendidas porque no les
alcanza el dinero para ir a una clínica privada. Las políticas de “hospitales
para todos” es en realidad la política de clínicas privadas de excelencia para
pocos. Todo esto me consta ya que mi madre murió en un hospital público como
producto de mala praxis médica porque no teníamos dinero para pagar un buen
médico. Mi abuela murió de la misma manera. Mi tío murió de la misma manera. Todos queremos lo mejor para nuestras
vidas, pero solo unos pocos pueden acceder a ello.
No me van las políticas del después como prohibir armas en lugar de ir a la
raíz del porqué el humano mata ya que las armas no matan, lo hace éste y cuando
quiere matar, bien le vale de cualquier cosa. El aborto es una medida del después. Pero entiendo que los
“beneficios” del aborto legal (ironía) son muchos: menos población al morir
futuros humanos y, a veces, las mujeres como parte de “complicaciones” médicas,
menos pobres ya que la probabilidad de morir producto de complicaciones es
mayor en los hospitales públicos, aumento del trabajo al generarse clínicas que
brindarían en exclusividad servicios relativos al aborto, drogas impulsadas
como tratamientos relativos a aspectos negativos que pudieran generar los
abortos y hasta patologías inventadas e inexistentes, nuevas ramas en las
ciencias de la salud y especialidades como médico abortista y terapista
abortista, nuevos servicios de las obras sociales relativos a la práctica del
aborto como la contención psicológica post-aborto y un largo etcétera.
Imagen de Gregory Colbert
El tema es complejo, como todo tema social.
Hay que incluir en esto lo que Eric
Fromm llamó “hedonismo radical”. Nos han vendido que es posible una
felicidad extrema, duradera y que esa felicidad se sustenta en el placer. El
sexo se ha consagrado en nuestra sociedad como el sitio del placer absoluto.
Bien podríamos hablar horas de uno de los negocios más rentables. ¿Les suena? Como
aspecto “negativo” del sexo, a veces, aparece el embarazo. Es el conocido como
“embarazo no deseado”. El embarazo, una nueva vida, pasa a ser considerada como
una especie de fallo, una especie de patología que un médico debe tratar,
extirpando el “coagulito de sangre”, “el parásito”, “la manchita”, “el
renacuajo”. Es como un tumor que creció y que nos ataca con ferocidad a tal
punto que avasalla mi derecho a la vida y mi derecho a vivir la vida como se me
canta, al fin “los derechos son para eso, para la libertad”, y tantas frases
prefabricadas y cómodas que nos han metido desde la cuna.
El
placer es egoísta, individual e incompartible con otro. El otro puede estar a mi lado pero es el objeto por el
cual me llega el placer, una necesidad que muerde con diente de acero todo el
tiempo, la felicidad corta de apoderarme de ese objeto que me da felicidad y al
instante, el vacío de la felicidad fugada, perdida, la búsqueda desesperada de
una nueva felicidad de mano de un placer satisfecho jamás por completo. Es una
vida impulsada hacia adelante tan solo por la infelicidad persistente pero
creyendo que la felicidad es posible. Y la felicidad es un derecho, así se dice:
“todos tenemos derecho a ser felices”. Entonces, todos tenemos derecho a hacer
lo que sea necesario para llegar a esa felicidad vía el placer, incluso usar al
otro como un objeto o trampolín. Yo soy el núcleo de todo este universo y allí,
orbitando a mí alrededor, la potencial, siempre potencial, felicidad.
Y
si hablamos de placer, los hay extremos, descontrolados, siempre punzantes, las
necesidades que no aflojan nunca, que nos impulsan siempre como muñecos de
cuerda perpetua a saciar la sed a diario; hablamos también de los actos de
violación donde la necesidad sexual, sexualidad exacerbada en esta sociedad
donde el placer infinito es la meta de todos, impulsa a alguien a violar a
otro, a someterlo para sentir placer a través del sexo, empaquetado y vendido
como sitio de placer supremo. Puede suceder, así vienen las almas al mundo, que
la mujer resulte embarazada. He escuchado hablar de “ella tiene derecho a
abortar porque la violaron”, “y bueno, ella mató a su hijo de cinco años porque
fue de una violación, está bien, tenía derecho a liberarse para vivir su vida”.
Algunos de estos dichos provienen de científicos sociales hablando en cafés
públicos. En este caso el aborto también es una práctica del después. Qué
diferente sería si vamos a la raíz del tema y analizamos el porqué en esta
sociedad algunos violan, ¿qué los impulsa a violar?, ¿qué los impulsa a sentir
esa necesidad de placer infinita y atacar y violar a un otro considerado solo como un objeto?, ¿qué
impulsa al ser humano a la humillación?, ¿por qué no podemos ejercitar la
compasión como energía que muevea a nuestros actos?, ¿por qué quien es concebido
como un acto de violación se impregna del agresor como si su moralidad o
“enfermedad” fuera contagiosa o se portarse en los genes?, ¿por qué esta
sociedad genera tantos individuos que terminan siendo catalogados de “enfermos”?
Si fuésemos a la raíz del problema, se evitaría: que la mujer fuera violada,
que la mujer quizás muera en una práctica de aborto en una clínica, que un ser
humano sea asesinado cercenándole su vida, la paradoja de que la vida de uno se
sostiene con la muerte de otro o que el placer de uno es el horror de otro.
Si todos tuviéramos la información adecuada y
los medios anticonceptivos de manera gratuita, también se evitarían las parejas separadas por
conflictos relativos al aborto o no aborto, la muerte de las jóvenes que
deciden someterse a abortos realizados en un campito con una aguja de tejer, a
la muerte de las jóvenes producto de abortos llevados a cabo en una clínica
médica, a la muerte de esos individuos que se les negó la posibilidad a vivir,
a tomar la decisión de matar, a cargar toda la vida con el rostro de ese hijo
que no fue más que un amasijo de órganos arrojados sobre la tierra o en un
tacho de basura, los bebés que son metidos en bolsas de nylon y arrojados a la
vía pública, los niños que son muertos por sus madres porque sintieron que las
obligaron a serlo.
¿Y
qué podemos decir de la responsabilidad de nuestros actos? ¿De hacernos
responsables de las consecuencias de lo que hacemos? No somos entes arrastrados
con el instinto de un zombie que camina hacia
un cerebro con los brazos extendidos. No somos niños. Somos nuestros
actos, nos definen como personas, construyen nuestra experiencia, moldean
nuestra vida. Debemos pensar, sopesar, elegir y responsabilizarnos. Nadie nos empuja. Es producto de nuestra elección.
Nuestra moral no ha ido avanzando a la par de
la industria médica, menos de todos los adelantos tecnológicos. Lo dicen los
negocios armados en torno al trasplante de órganos, lo dicen las personas que
mueren por no poder pagar un tratamiento médico mientras se habla de un
“derecho a la vida”, derecho que se enuncia pero no se ejercita, y hasta se
compra y se vende. No estamos preparados moralmente para sostener este tema con
el respeto que se merece. A los humanos nos falta crecer en compasión y en
bondad.
A su vez si hay algo que nos caracteriza es la ignorancia y
la soberbia.
Ignorancia que deviene de nuestros sentidos limitados y de un cerebro que, inspirada en Galápagos
de Vonegut, digo que se ha hecho
demasiado grande tan solo para albergar demasiada estupidez. No sabemos si
tenemos alma, si reencarnamos, si el alma no está en el primer minuto de la
concepción, si hay karma, si somos hijos de un deidad, si esto es el infierno,
si la vida es divina y sagrada, qué es aquello que nos hace únicos, si esa vida cercenada con
un aborto no venía al mundo a cumplir un destino fundamental para toda la
humanidad, entre tantas dudas que jamás serán resueltas. Y digo que somos
soberbios porque creemos que tenemos todas las respuestas.
Imagen de Gregoy Colbert
Pensemos en todo esto y en la vida. En qué
diferente sería nuestra vida si miramos hacia los espacios del antes, hacia las
raíces de los asuntos y no implementamos actos para el después, para lavar la
desesperación, para cuando ya es tarde.
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