Vagan por las calles al acecho a todas horas, hurgando entre la basura por un bocado, corriendo enormes riesgos por la migaja más insignificante. No importa cuánto puedan conseguir, nunca será suficiente; comen sin llenarse nunca, abalanzándose sobre la comida con una urgencia animal, escarbando con sus dedos huesudos y sin cerrar jamás las mandíbulas. Casi todo lo que comen se escurre, baboso, hacia la barbilla, y aquello que logran tragar, suelen vomitarlo pocos minutos después. Es una muerte lenta, como si la comida fuera un fuego, una locura, abrasándolos desde el interior. Piensan que comen para sobrevivir pero, en realidad, son ellos los que acaban siendo devorados.
El
hambre es una maldición que acecha cada día y el estómago es un abismo sin
fondo, un agujero tan grande como el mundo.
Pero
cuando la fe desaparece, cuando comprendes que ni siquiera te queda la
esperanza de recuperar la esperanza, entonces tiendes a llenar los espacios vacíos
con sueños, pequeñas fantasías y cuentos infantiles que te ayuden a sobrevivir.
A
veces pienso que la muerte es lo único que logra conmovernos, constituye
nuestra forma de creación artística, nuestro único medio de expresión.
Para
vivir, es necesario morir, por eso tanta gente se rinde, porque sabe que no
importa cuán duramente pelee, siempre acabará perdiendo y, entonces, ya no
tiene sentido la lucha.
Los días acaban cuando corresponde, justo en el momento preciso en que el sol parece haber consumido las cosas que alumbra, cuando ya nada puede tolerar su resplandor; de lo contrario, todo este mundo quimérico se derretiría y sería el fin.
Yo
creo que hay decisiones que nunca habría que verse forzado a tomar, elecciones
que dejan una carga demasiado grande en la conciencia.
¿Qué
es mejor, ayudar un poco a muchas personas o mucho a unas pocas?
Nuestras
vidas no son otra cosa que la suma de múltiples contingencias, y no importa
cuán distintas sean en sus detalles, todas comparten una esencia fortuita: esto
luego aquello, y a causa de aquello, esto otro.
—Eres
tan hermosa —le dije— que quisiera morir.
El objetivo de mi vida era huir de lo que me rodeaba, vivir en un sitio donde ya nada pudiera hacerme daño. Intenté destruir mis lazos uno a uno, dejar escapar las cosas que me importaban. La idea era lograr la indiferencia, una indiferencia tan poderosa y sublime que me protegiera de cualquier ataque.
El
final es sólo imaginario, un destino que te inventas para seguir andando, pero
llega un momento en que adviertes que nunca llegarás allí. Es probable que
tengas que detenerte, pero será sólo porque te ha faltado tiempo. Te detienes,
pero eso no quiere decir que hayas llegado al fin.
reprimida? buen libro para alguien reprimido. para mi, un choque al corazón. Directo.
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